miércoles, 28 de septiembre de 2011

VOLVER. SI ALMODÓVAR FUERA UN POETA, SERÍA...




Vaya peliculón Volver, hay que reconocerlo. No considero que sea manía lo que me pasa con Almodóvar: simplemente, en general, no me gusta la manera que tiene de llenar la pantalla de mi ordenador. Pero es un 'no me gusta' desde el respeto y la profunda admiración. Su evolución como cineasta es deslumbrante, y no cabe en ella lugar a ninguna duda. Más allá del gusto particular de cada uno, el manchego es un grandísimo director de actores, un fenomenal escritor y un soberbio realizador. Siempre he oído cosas buenas de Volver, incluso en boca de sus detractores. Parece el punto de acuerdo de todos los afinionados al cine. Te dicen: "no, aunque no te guste Almodóvar, ésta te va a gustar", o "es la menos almodovariana, tienes que verla". Y, en el fondo, tienen razón. 

Para empezar, el guión me ha parecido redondísimo, de esos que cuando ves la última escena piensas: "aquí tiene que acabarse", y va y se acaba. Una historia excepcionalemente bien conducida: los personajes, alternándose por momentos, como pasándose cariñosamente un testigo, que somos nosotros el público, nos llevan de la mano a través de una trama que se va abriendo como las rosas en primavera. Poco a poco, suavemente, sin sobresaltos ni violencias. La historia, de todas formas, gira en torno al personaje de Raimunda (una impresionante Penélope Cruz) y al de su hija. Aparentemente va a ser la historia de un asesinato, pero la insistente presencia de su hermana Sole (Lola Dueñas) y la de Agustina (Blanca Portillo), su vecina del pueblo, y el constante sobrevolar de la misteriosa muerte de los padres, terminan por transformar la trama. A medida que avanza nos damos cuenta que todos los personajes están unidos por algo irresuelto del pasado: algo que ira creciendo y saliendo con el tiempo, como la sabiduría de las abuelas. Y aunque ese algo no mueve la acción del filme, sí resulta ser la verdadera medular de la película.

Esbozados están muchos de los temas más interesantes y recurrentes del cine español: la marginación y la pobreza de los extrarradios, el peso de la tradición rural, el clima de abandono de ese mismo mundo ya caduco, pero también la violencia de género, el abuso de menores (hijos propios inclusive), la soledad, las relaciones humanas más íntimas; y todo dentro de una historia que parece tener una cara en constante mutación. Primero parece la de una madre-coraje, que saca adelante a su hija entre un mar de dramas familiares, que culminan con la muerte de Paco (o eso creemos los primeros tres cuartos de hora), luego la de una narrativa tipo realismo mágico, al estilo de García Márquez o Rulfo, donde lo surrealista o sobrenatural dejan de ser un absurdo. Y al final es una historia de reencuentro y redención. 

No obstante, lo que realmente hace de la película un peliculón es ese tono de 'cine negro rural' que nos recuerda a El extraño viaje, con el mismo tono tragicómico, aunque no tan penoso y caricaturizado como el que tiene el filme de Fernán Gómez. Tiene muchos de los ingredientes del cine negro clásico: no uno sino dos asesinatos, un misterio que gira en torno a ellos, la aparición de personajes reveladores como golpe de efecto a mitad de la cinta (como en El tercer hombre, sin ir más lejos), el ocultamiento, el enterramiento de cadáveres, los secretos. La única salvedad es que en vez de misoginia, hay justo lo contrario. Almodóvar no es que pase olímpicamente de los hombres heterosexuales; es casi peor: si aparece alguno es siempre con un componente negativo.

Y en realidad no me vale con la típica imagen del vago canalla repanchingado en el sofá viendo el fútbol rodeado de cervezas, que mira con ojos lascivos la apertura de piernas de su hija(stra), para dibujar un elemento masculino de la acción. Me parece burda, simplona y deliberadamente maniquea la figura de Paco. Lo mismo para la del padre muerto, creado solo a partir de lo que nos dicen las chicas: otro canalla pichabrava. Desde luego, si fuera por los de mi calaña, la humanidad no valdría una perra gorda; el mundo, tal y como lo ve y concibe Almodóvar, estaría más a gusto sin nosotros. Se salva Emilio, que sale 20 segundos, por la rendija de la puerta, y desaparece como por arte de magia. Solo así no molestamos: siendo bueniños y generosos, algo tontitos, y estando bien lejos. 

No es por orgullo masculino que esto me disguste. Almodóvar, como enorme realizador que es, puede hacer lo que le dé la gana; tratar siempre solo el segmento de mundo que ven sus ojos (lo hacemos todos de una manera o de otra). De hecho, creo que la historia no podría descansar en otros personajes que no fueran las que son, excelentemente interpretadas todas, dicho sea de paso. Además, no es forzosamente una historia de mujeres: es cine negro protagonizado por la Reme, la Sole, Paula, Irene, Agustina, y un par de vecinas, putas e inmigrantes, chicas de barrio (y de pueblo).

Por último me gustaría resaltar un par de cosas. Por un lado, el sofisticado chabacanismo de Reme, muy ligado a la comida, a medio camino del éxodo rural; y por otra parte, el momentazo de realismo mágico que conlleva la aparición de la madre. Hasta un buen rato después no se nos dice claramente que no es un fantasma. El caso es que nos lo creemos y la aceptamos como tal aunque no lo sea; y casi nos da pena rendirnos a la lógica y a la evidencia cuando nos dicen, obviamente, que es una persona de carne y hueso. Puede funcionar en los dos niveles; de hecho, para Agustina siempre será una aparecida. Y esa doble dimensión del personaje, pero también del carácter de la obra entera, es otro de esos detalles de genio que hacen de esta una gran película. 

De Almodóvar solo me queda decir que aunque su estética no es lo que más me gusta del mundo, ha llegado a un grado de perfección consigo mismo que es digno de admiración. Domina la escena, la construye al detalle en su cabeza; y los diálogos, aunque siempre han sido como traídos de la calle en tupper, alcanzan cotas cercanas a las que Lorca inmortalizó en su teatro. No pretendo comparar, pero desde luego, si Almodóvar fuera un poeta...

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lunes, 26 de septiembre de 2011

EL ÁRBOL DE LA VIDA. EL CULTO DE MALICK



Por muy pretencioso que pueda parecernos, lo cierto es que Malick, a su modo, trata de contárnoslo todo en esta película: toda la vida, la creación, toda la profundidad y los prismas del sentimiento humano. Y por raro que pueda parecer, lo hace de una manera bastante clara, y especialmente suave. Desde luego, no es una pelicula recomendable para todos los públicos. Es más, puede que al 70% de mis conocidos no se la recomiende, y no porque crea que son tontos, simplones o banales, sino porque el cine se compone de múltiples funciones, que van desde el entretenimiento al puro deleite artístico; y no todo el mundo acude a una sala con el mismo deseo, con la misma necesidad. Por eso es grande también, porque tiene para todos los gustos. 

Y en el mío entra de lleno el estilo de Terrence Malick, aunque en absoluto sea mi cineasta favorito. Porque admiro a aquellos que logran conformar un lenguaje propio: y Malick es puro lenguaje cinematográfico. Por eso puede que un público poco entrenado en su lectura, un público que desconozca que las palabras, en películas de este director como en las de algún otro, son las imágenes, el ritmo, la luz, el plano y la metonimia, puede perderse en un mapa tan poco escrito. Destaca en El árbol de la vida la escasísima presecnia de diálogos directos, conformándose y reconstruyéndose de igual manera, o incluso más profunda y sutilmentemente, la breve historia de una familia tejana de los años '50, solo a través de reflexiones introspectivas, o preguntas que los presonajes se hacen mirando al cielo. Son como pinceladas de cámara y montaje, en una narrativa cinematográficamente entre el impresionismo y el expresionismo, pero no el de hece un siglo, sino el propio de Terrence Malick

No es narrativa al uso, nunca un film del tejano lo ha sido, pero El árbol de la vida cuanta cosas que están muy claras, que todos de un modo u otro llevamos dentro. La incertidumbre del sentido de la vida, el vacío incontestable e hierático de la muerte al final, pero también al principio, la poderosa naturaleza, lo divino. Pero también las profundidades del hombre, su relación con aquello que le supera, con aquello que no alcanza a domprender, con aquello que no puede dominar, los abismos de sus sentimientos, tanto de amor como de odio, de envidia, de rivalidad, de egoísmo. Toca temas del hombre como un ser solitario frente a lo indónito y sobrehumano; y del hombre como un ser que vive tratando de ramificarse entre sus semejantes para existir en la falsa creencia de que algo puede permanecer, de que algo es inmutable, y hasta inmortal.

Calculando, diría que lo que cuenta Malick es la última historia sobre Vietnam. La cinta empieza con la notificación de la muerte de un hijo, y tras un paréntesis de puros efectos visuales (obra de quien hizo aquello en 2001: La odisea del espacio), y a través de su hermano ya adulto (Sean Penn), se reconstruye en flashback la breve historia familiar de los O'Brian. El acento lo pone Malick en las relaciones: con aquel hermano pequeño que finalmente moriría en el frente, con un padre autoritario de mirada tierna (Brad Pitt, sensacional), y con su madre (Jessica Chastain), incondicional fuente de amor hacia la naturaleza, hacia el universo, hacia la creación entera. 

Es difícil abarcar tanto contenido, y hacerlo de una manera tan sutil, tan suavemente subjetiva. La autoridad, el poder ejercido sobre los más pequeños, sobre los débiles; la compasión, la confianza, los vínculos de amor que nos salvan del caos. Porque todo es pasajero. Porque la vida se ha abierto paso a golpes. Porque la vida no existiría sin la muerte. Por todo eso, la enseñanza de la madre, y del propio Malick al hacer una película de este modo, es que debemos asombrarnos siempre; debemos comprender siempre que formamos parte de un todo en constante cambio, de un todo que se precipita a través del tiempo como el estrepitoso fluir de un río en el deshielo: la vida, al abrirse camino, arrasa con todo, sembrando muerte y destrucción allá por donde pasa. No hay otra forma. No habría otra de existir.

Es preciosa la realción entre los hermanos; y es sublime la manera que tiene Malick de contárnosla, de acercarnos a ella: tan solo a través de las miradas, de sus gestos, de sus actos, silenciosos, subjetivos, únicos. Observados muy de cerca, al detalle, sin necesidad de indicarnos nada. Es maravillosa la presencia de la madre: terrenal, fértil, fuente de toda esa especie de aceptación natural de su propia condición humana, consciente de su papel en la creación, de su función de eslabón, de mísera gota de agua en el torrente. Y es genial el padre, todo lo que se nos muestra a través de su figura: la autoridad, la rebelión, la moral, lo que se nos enseña, cómo nos marca lo que vemos en nuestro mayores, en nuestras guías.

En el fondo es un alegato en favor, no solo de la vida y de la admiración por la creación, sino del camino que hace cada ser humano, de la escalada individual que supone la existencia, alrededor de un inmenso tronco común que no nace ni muere, sino que está en constante cambio y regeneración. Un tronco de un árbol en el que nosotros, si tenemos la suerte de darnos cuenta, no somos un animalito que se agarra como puede a la certidumbre, sino que somos parte de su corteza, de su salvia y de su alma.

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jueves, 8 de septiembre de 2011

EL LABERINTO DEL FAUNO: BONITA, PERO...




El laberinto del Fauno: bonita, pero...

Hay películas buenas, películas malas, y luego hay cintas como El laberinto del fauno. Nadie diría que entra en el segundo apartado, pero a mí me cuesta meterla en el primero, por varios motivos. Empezaré, sin embargo, con aquello que sí me ha gustado de la película, que es mucho. Y aclarando que, si bien yo la he mirado con el mismo espíritu crítico con el que veo todo el cine, no descarto que haya un amplísimo corpus de público para el que sí puede significar una gran experiencia. Incluso creo que todos podemos tener un momento en la vida en el que esta película nos impacte y nos parezca sublime; pero en mi caso, ese momento fue hace al menos 15 años. Y claro, aún no se había estrenado.

Porque no es que crea que El laberinto del Fauno es una peli para niños, que en cierto modo sí lo es, pero pienso que sí se mueve en un extraño nivel narrativo a medio camino entre Dentro del Laberinto y El espíritu de la colmena. A medio camino entre la percepción propia de la infancia, y la pretensión de análisis histórico y social. Bien llevado, ese estar entre dos cosas, entre dos niveles de realidad, percepción y temática, puede resultar atractivo. Pero es difícil mantenerlo.

Atendiendo solo a la parte fantástica, diré que me parece un cuento bonito, sobrecogedoramente bien diseñado y dibujado que, sin embargo, se me hace corto y de final apresurado. Francamente, me sobra toda la historia de la Guerra Civil: la dejaría como una especie de Viaje de Chihiro, si quieren contextualizada en los '30, pero así podrían haber usado los 118 minutos de metraje para lo que realmente resulta atractivo y serio.

Porque sinceramente, no me parece un buen trabajo a nivel de realismo. No nos confundamos: la película gira constántemente entorno a la comparación, al paralelismo evidente entre el mundo de Mercedes y el fantástico de Ofelia, pero con un eterno chirrío de fondo. La llave, el cuchillo y el sacrificio, son las pruebas que ambas han de superar para reinar: ¿pero qué? ¿Una lo consigue y otra no? ¿Las dos lo logran? Realmente, Ofelia muere, y a Mercedes le esperan 40 años de franquismo. No entiendo el final, y mucho menos el mensaje.

No quiero remarcar demasiado el tremendo maniqueísmo que hay en la historia. El General es terriblemente cruel, obsesionado, no sé por qué, con el tiempo, un hombre que más bien parece un mariscal nazi, en medio de la Asturias de los maquis, engalanado con un traje, y acompañado de un pelotón, de lujo e inmaculado; Han ocupado una casa y parecen señores feudales. Los maquis, cuando aparecen por primera vez, parecen una abominación de mezcla entre el Ché, Robin Hood e Indiana Jones, de la que prefieron no hablar (maniquea maniquea). O sea, un desastre. El americano medio que vea la peli no se llevará una imagen muy diferente a la realidad, pero totalmente deformada por sutilezas de ese estilo.

Pero seguramente lo que más estropea la película, a mi entender, y al margen del partidismo (no es que no esté de acuerdo, es que me cansa el facilismo), es esa dificultosa relación de los ámbitos de la realidad y de la fantasía. Por momentos me parece estar viendo dos películas separadas. No entiendo qué le importan al Capitán las acciones de la niña, ni qué peso tiene el contexto historico social en las mismas. Solo al final se cruzan, un poco por cerrarlo todo a la vez. Pero me parecen dos mundos desconectados por completo. Es más, la niña, que ha de estar en medio de esos dos mundos, no la termino de encajar en ningunos de los dos, quizá porque apenas tiene diálogos, y realmente su motivación es pálida.

Solo aceptaría el papel de la niña, y por consiguiente el sentido de la película entera, si la vemos como una especie de icono de lo que es el umbral de entrada a la imaginación. Una imaginación que nace dentro de uno mismo, y que según planeta Del Toro, aparece con más fuerza cuando es un mecanismo de escape y evacuación. Así que, ¿Cuánto más dolor y sufriumiento, más importancia tiene y más real resulta la imaginación, la creatividad y la fantasía? Pues vaya...

Para eso podría haber elegido otro contexto, y no lanzarse al facilismo, oportunista y comercial, en el que se están convirtiendo casi todos los relatos cinematográficos de gran escala sobre la Guerra Civil.