domingo, 9 de mayo de 2010

HELLO, DEXTER MORGAN.



Pensaba irme a la cama después de acabar el trabajo de los Regionalismos, pero antes, como pequeño premio, me iba a comer un riquísimo pastel de la Panadería Ébano mientras veía el final de la 4ª temporada de Dexter. Un plan tranquilo para pasadas las doce, que se ha visto truncado por el absoluto estado de shock en el que me ha dejado. No puedo hacer otra cosa: enciendo la luz, me siento en la silla, frente al ordenador, abro una cerveza, pongo iLiKETRAiNS, y trato de explicar lo que acabo de ver.

Acabe como acabe Lost, Dexter ya la ha superado. Por un motivo muy simple: la sencillez. El argumento de Dexter es básico, lineal, claro como el agua de las playas de Florida, como la fotografía de exteriores (una delicia para los que vivimos en el norte), que contrasta con la de esas noches de caza. Escuchamos cuanto dice Dexter, y cada pensamiento, reflexión o duda. Todos los personajes van de cara, todas las tramas son medio previsibles (lo suficiente para no sentirte tonto), y los grandes temas sobre los que reflexiona están bastante claros y sucintamente expuestos. No nos engañan en ningún momento, y por eso cuando juegan al despiste con tu atención, en ese último capítulo, en esa última maldita escena, no te sabe mal: reconoces la derrota. Reconoces que tanto tú como Dexter, habéis pecado de inocentes.

Porque, entre nosotros, esa última escena es sencillamente, perfecta no, lo siguiente. Creía haberlo visto todo: el final de Psicósis, Rosebud, el final de Los Soprano, el de Battlestar Galactica, el Gol de Don Andrés, hace justo un año…Pues no. Me quedaba la genialidad del guionista de Dexter. Ya no es solo que el final cierre un círculo perfectamente trazado (cuanto menos con compás, y al compás sigiloso de un personaje que se mueve en las sombras), que empieza en la primera y acaba en la 4ª y última, es que en ésta las situaciones que se crean son de una tensión digna de la influencia del mismo Hitchcock. Por primera vez en 4 temporadas he llegado a pasar miedo, nerviosismo, tensión de esa de “no! no entres ahí!”; pero no con relación a tutudos personajes o engominados muchachos que avanzan, inocentes y pueriles, hacia el interior de una macabra casa encantada, no. Las situaciones de tensión que se crean en Dexter parten, no solo del concepto de quién sabe más (entre personajes y espectador), sino también de los degenerados puntos de vista a los que se accede. En el fondo, en la 4ª, ya lo dice/piensa el protagonista en un momento: “Aquí estamos, dos asesinos en serie”. La magia básica que hay en Dexter es que él lo sabe, tú lo sabes, pero Arthur no.



La primera temporada me gustó. Establecemos de principio la expiación de sus pecados: sus orígenes, sangrientos y espeluznantes. De eso va, al fin y al cabo, la 1ª temporada, y como es caso por temporada (¿de quién lo habrá aprendido?), da tiempo a profundizar, a detenerse en los detalles, que los hay, y muchos, a ser sutil, cadencioso, delicado cuando toca, contundente cuando mata. Se establece un listón quizá demasiado alto, como la trayectoria de Interpol (así que ahora espero el disco del año de estos tipos), que no supera ni en la 2ª ni en la 3ª, según mi punto de vista. Está bien que Dexter se enfrente a su propio trabajo, a su propia obra, a su propio yo. En el fondo, cambian los espejos en los que se mira, que en el fondo representan pequeños fragmentos de su propio ser: el trauma de su origen (su hermano Brian Moser), el extremo de la locura, propia de un psicópata trastornado (Layla), el del frío y vengativo asesino que hay en él (Miguel Prado) y, por último, en la posible proyección de su ser hacia el futuro (Arthur). Y tanto al principio como al final de todo, la escena se inunda de sangre. Sencillo, preciso y estéticamente pulcro, elegante y directo. Un argumento redondo.

Mención aparte para Arthur: sin duda el mejor de los “malos” que ha habido a los largo de las 4 temporadas. Vaya pedazo de malo. 1,90cm, cara adorable y espeluznante, casi a la vez, su imagen llena tanto la pantalla como el Padre Justin de Carnivàle. Un personaje tremendamente bien construido, complejo pero claro en sus intenciones, transparente, como lo es toda la serie. Sirve, una vez más, para que el espectador le compare con el propio Dexter y sus actividades nocturnas, pero en cierto modo para que podamos absolverle y seguir queriéndole.
Ahora, una hora después, empiezo a creer que Rita haya muerto, que haya prevalecido el proceso de Trinity sobre el de Dexter, que se haya visto superado por sus errores. Como Cáprica para Gaius Baltar, Harry no deja de aparecer implorando precaución, distanciamiento. Porque por momentos, en esta más que nunca, la máscara parece agrietarse: cuando rompe los focos, mostrando al monstruo, cuando se sincera con su hijo o cuando llora en el regazo de su mujer, en esa última noche que pasan juntos. Ahora empiezo a ver el engaño de esos últimos minutos de capítulo, que me estaban dejando tibio pero impaciente por algo más…algo, no un inmenso todo, así, de golpe, con esa sobriedad, ese estilo, y ese gusto y saber hacer que solo tienen los pocos elegidos que saben hacer buena televisión. El final de Dexter es cruel, pero es decidido, rompedor, arriesgado, sublime e imponente. Hace que esta serie multiplique su calidad por diez, porque demuestra que es ahí, exactamente, a donde quería llegar a parar: a esa última palabra, a esa última mirada rota, con máscara en el suelo, y el mismo círculo, que vuelve a comenzar, en brazos, bañado en la misma sangre de su madre.



Al principio me decía que los personajes secundarios estaban vacíos, que eran cuasi decorado, pero van mejorando. Me decía que Dexter monopolizaba una escena que se planteaba en un contexto hecho a su medida, poco creíble, o demasiado ficcional, pero ya no me importa. Me decía que me hacía gracia la fotografía, la música latina, el Miami renovado que busca el constante homenaje a los clásicos; pero ahora digo que Dexter es ya un clásico. Un clásico del nuevo thriller, del nuevo suspense por fascículos, de la lenta y cuidada construcción de un personaje. Hasta el movimiento de cámara sigue a rajatabla las exigencias de la estética, del modelo y del método a seguir. Cuando empecé a ver la 4ª temporada me di cuenta que esta iba en serio, a rematar la faena, a terminar lo que se ha empezado. Pero no me imaginaba que fuera a llegar tan lejos, tan al principio. No me imaginaba que esta serie pudiera crecer tanto.